El reciente dictamen aprobado por la Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso, que da luz verde a la unión civil entre personas del mismo sexo, representa una amenaza directa a los valores fundamentales y al diseño divino de la familia natural. Este cambio, lejos de ser un avance, plantea graves riesgos para la estabilidad moral y espiritual de nuestra nación. “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmos 127:1).

La experiencia en otros países demuestra las consecuencias devastadoras de inacciones similares: adopciones por parejas del mismo sexo, ideologías de género promovidas en las escuelas, legalización del aborto libre y restricciones a la libertad religiosa. 

La agenda globalista LGBTQ+ ha avanzado sin resistencia en muchos lugares, erosionando los pilares de la sociedad y generando un impacto irreparable.

Como cristianos conservadores, debemos estar alertas y actuar con determinación. Nuestra fe nos llama no solo a defender los principios de Dios, sino también a ser agentes de cambio en la sociedad. Esto requiere educación, movilización y unidad para contrarrestar cualquier medida que ponga en peligro a la familia natural.

El momento exige unidad entre iglesias, organizaciones y líderes. Juntos podemos hacer frente a esta amenaza y proteger los derechos de los niños y los valores que sostienen nuestra sociedad. Cada acción, por pequeña que sea, puede marcar la diferencia y evitar que el Perú siga el camino de países que hoy lamentan no haber actuado a tiempo.

Defender la familia es más que una postura moral; es un deber espiritual y ciudadano. Levantemos nuestra voz con valentía, fortalecidos en nuestra fe, para garantizar un futuro basado en los principios que Dios estableció para el bienestar de toda la humanidad.